2

2

Todos otorgaban un trato muy digno a los boskos, pues los Tuchuk vivimos de ellos. Obtenemos calor de sus excrementos y leche de sus hembras, así como carne de un sabor excepcional. También son indispensables para tirar de los pesados carros en los que vivimos, desplazados día tras día a lo largo de las llanuras. El recorrido va variando, aunque siempre termina dibujando una amplia circunferencia en torno a la tierra que reclamamos como nuestra, dependiendo de la estación del año.

Yo retozaba alegremente entre varias crías del susodicho animal, ajeno a lo que iba a acontecer a lo largo de aquel día y que, sin duda, cambiaría mi vida. El punto de inflexión tenía un nombre: Sel-Ho. Acompañaba a Da-Var por la verde llanura hasta donde yo me encontraba, pero no les vi llegar: me hallaba de espaldas a los carros, tratando de que dos crías de bosko me prestaran la atención que nunca recibía de mi familia adoptiva. Sólo cuando dos alargadas sombras interrumpieron mi descanso me sobresalté y me di la vuelta.

Tal, hijo de Di-Kur. Soy Sel-Ho –Dijo sin más presentación. Da-Vur permanecía callado. El brazo del mercenario transmitía firmeza y se alzaba por encima de su cabeza con la palma de su mano extendida hacia dentro.
Tal. –Dije sabedor de que si no necesitaba más presentación era porque quien se hallaba ante mí era capitán de una de las compañías de mercenarios más temida por todo Gor.
Da-Vur me ha hablado de ti. –Dijo él, antes de un incómodo silencio que duró varios ihns y que, finalmente, logré romper.
Es un honor que tan respetados guerreros conversen sobre mí.
No debiera serlo, pues no son buenas las referencias que acompañan tu nombre.
Ni siquiera tiene nombre –Interrumpió Da-Vur.
En todo caso –Prosiguió el visitante cuentas con la suerte de que tanto él como yo nos preocupemos por la situación.  

Permanecí callado. Cada vez con más frecuencia, me tocaba vivir un drama de éste tipo. Crecí bajo la presión de Da-Vur por tratar de obtener en mí al hermano que perdió en combate; y él siempre tuvo que convivir con la frustrante idea de que yo no sabía ni sostener bien una lanza, pero, lo que era aún más inadmisible, de que no tenía la menor intención de molestarme en aprender. Así, cada poco tiempo, Da-Vur acudía a mí con alguna artimaña mediante la cual pudiera convertirme en una honra para él.

En una ocasión me llevó hasta un carro lleno de esclavos. Los kajiri que allí estaban eran los pocos supervivientes de una incursión en el sur. Hablo de guerras ajenas a los nómadas, pero de las cuales obtenemos grandes beneficios. En aquella ocasión, un cuarto de millar de jinetes asaltó una caravana que se dirigía a Turia con el botín; el grupo se hizo con aquellos esclavos y Da-Vur me hizo acercarme a verles. Siempre trató de persuadirme, diciéndome que así terminan los débiles y quienes no saben defender su Piedra del Hogar. Pero ésta vez había ido demasiado lejos. Sel-Ho era un personaje temido y el hecho de emplear su influencia en él para tratar de coaccionarme denotaba su exagerado interés en reconducir mi vida. Quizá fuera su último recurso, pero yo ya no sabría cómo salir de aquella: sin siquiera darme tiempo a responder, sentí cómo mi rostro se bañaba en el calor de un tortazo que me hizo caer al suelo.
Esto podría hacértelo cualquiera, pues no sabes defenderte. – Reprochó el mercenario.

Da-Vur ni siquiera se movió. Permaneció impasible mientras un fino hilo de lágrima recorría su mejilla por fuera, cayendo hasta deshacerse a lo largo de las marcas de su demacrada expresión facial. Yo le miraba con odio en mis ojos, sin saber que el resto de mi vida le iba a estar agradecido por haber dado aquél primer paso.

¿Y quién iba a querer atacarme así sin ningún motivo? –Pregunté confuso, incluso de manera estúpida, mientras mi mano cubría mi mejilla y me aliviaba absorbiendo el calor.

El odio que, de manera instintiva, sentí durante ihns contra el famoso Sel-Ho, pronto se tornó temor, hasta dar paso a la intriga y a la condición de hombre inferior. Entendí entonces que carecía de algo necesario; no por afán de contentar a Da-Vur, sino por ser un elemento indispensable entre las cualidades de cualquier hombre, nómada o no. Hasta ese momento, me había preocupado más de disfrutar de una vida carente de responsabilidades e invadida de placeres sensoriales. Pero aquella tarde, entendí la verdadera necesidad de la violencia en el hombre y en su condición de ser humano; la agresividad y la capacidad defensiva  como factor indispensable para la supervivencia de los pueblos. Y si Sel-Ho sólo había necesitado un movimiento de su brazo para hacerme comprender algo así, me preguntaba entonces qué sería capaz de aprender con él. Como si de una lectura de mi mente se tratase, el mercenario se pronunció:

En realidad, te hacemos un favor. Levántate. –Ordenó. –Vendrás conmigo a mi campamento. Allí te convertirás en lo que siempre has debido ser.
No sabré agradecértelo. –Dijo Da-Vur, avergonzado.
Ha encajado el golpe y ha callado. Ha comprendido. –Contestó el mercenario. –Merece la oportunidad; será mejor que se prepare.

Da-Vur no dijo nada y clavó su mirada en mí. Sus ojos, cansados, denotaban tristeza a través de una vista rasgada que trataba de evitar que la conversación se prolongase. Sentí que le habría gustado poder entrenarme y hacer de mí lo que iba a tener que hacer un extraño en su lugar. Yo, de manera simultánea, sentí vergüenza de mí mismo. Él se despidió de mí:

Prepara tus cosas. Es hora de marchar.
Te deseo bien. –Dije tratando de incorporarme.

Rumbo al gran carro donde siempre había vivido ajeno a la verdadera vida de un hombre, me preguntaba qué me aguardaba más allá de las llanuras; qué nuevas cosas aprendería al lado de Sel-Ho; y, sobre todo, si algún día volvería a pisar aquél mismo suelo como un auténtico guerrero. Desde el momento en que vi llorando a Da-Vur, toda mi preocupación se centraba en saber si sería capaz de regresar a los carros a hacer que se sintiera orgulloso de mí. A reparar el daño que le había estado haciendo sin haberme dado cuenta.

Te deseo bien. –Le escuché decir a mi espalda mientras me alejaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario